Historia de la tv argentina
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Historia de la tv argentina
ón en la Argentina
Primeros Pasos en Manos del Estado
La televisión en la Argentina se inicia en 1951, respondiendo a una
política estatal desarrollada por el gobierno de Juan Domingo Perón. De
la mano de Jaime Yankelevich, la primera transmisión tuvo lugar desde
LR 3 Radio Belgrano, con los mismos locutores que hasta el momento
trabajaban para la emisora. Con una antena instalada en el Ministerio
de Obras Públicas y el discurso de Eva Perón en los actos centrales de
la Plaza de Mayo, fue inaugurado oficialmente el pionero Canal 7. Pocas
fueron las personas que contaban con aparatos receptores en sus hogares
y la novedad fue compartida en bares, cafés y negocios de Buenos Aires
entre un público que hasta entonces había sido esencialmente
radioescucha. Precisamente, fueron locutores radiales quienes pronto se
convirtieron en primeras figuras del nuevo medio: Guillermo Brizuela
Méndez, Nelly Trenti, Nelly Prince, Adolfo Salinas, Pinky (Lidia Elsa
Satragno) y Antonio Carrizo.
En el único canal estatal se irían formando artistas, técnicos,
camarógrafos y directores, la mayoría de ellos provenientes del mundo
del espectáculo que en aquel momento atravesaba su época de oro: el
teatro, con dos funciones diarias, y el cine, con una cuantiosa
producción de títulos. Los programas se emitían por la noche y en vivo,
modalidad que dio lugar al más frondoso anecdotario de equivocaciones y
obstáculos.
El primer formato de producción nacional fue el telenoticioso, al que
seguirían los musicales y los programas culinarios con la mítica figura
de Petrona C. de Gandulfo. La grilla televisiva se completaba con
series norteamericanas de media hora de duración, como Patrulla del camino, El llanero solitario o Cisco Kid.
A partir de 1956, atendiendo a las demandas de un público
predominantemente femenino se pusieron en pantalla las primeras
telenovelas; pionero en el género resultó el Teleteatro a la hora del té, con Fernando Heredia y María Aurelia Bisutti.
En la programación general, en tanto, la oferta comenzó a ampliarse: se
impusieron los periodísticos con figuras como Blackie o Tito Martínez
del Box; las comedias de asunto familiar con Mirtha Legrand, Ángel
Magaña, Jorge Salcedo y Osvaldo Miranda; y los shows musicales con la
presentación de cantantes solistas. Nuevos nombres ganaron un lugar
indiscutible en el nuevo medio: Augusto Bonardo, Juan Carlos Thorry,
Analía Gadé, Chas de Cruz con su Diario del cine
y hasta el diseñador de modas Jean Cartier. Al mismo tiempo, la
exhibición de series norteamericanas se extendió a una hora de duración
y así se impuso en la Argentina el mítico lejano Oeste con Cheyene, Cuero Crudo y Caravana.
Los aparatos receptores de la década inicialmente habían sido
importados hasta que comenzó la producción nacional; la normativa, en
tanto, dio cuenta de los cambios generados por el nuevo medio al
sancionarse en 1957 el Decreto/Ley que establecía el carácter
individual de las licencias.
En 1959 diez cronistas de radio y televisión fundaron la Asociación de
Periodistas de la Televisión y Radiofonía Argentinas (APTRA) en la sede
de Argentores, bajo la presidencia de Manuel Ferradás Campos. A fin de
año se realizó la entrega del primer premio: “El gaucho”, una escultura
de Perlotti. Entre los ganadores se destacó Narciso Ibáñez Menta,
primer actor y director del ciclo Obras Maestras del Terror.
Al año siguiente, ya bautizada la estatuilla con el nombre de “Martín
Fierro”, APTRA distinguió a Tato Bores, un actor clásico del humor
político que mantendría su vigencia hasta los 90, con interrupciones
impuestas por la censura de distintos gobiernos.
La Televisión Privada
El final de la década del 50 vio nacer en Córdoba la televisión
privada. En 1960 iniciaron sus transmisiones desde Buenos Aires los
canales 9 Cadete y 13 Proartel, con escasos cuatro meses de diferencia.
Surgieron otros en el interior del país, en especial en Rosario y en
Mar del Plata; en 1961 lo hizo Teleonce y en 1966, Canal 2 de La Plata.
Se trató de una época de gran expansión del medio basada en una
programación diversificada, en adelantos técnicos notables que
permitieron la grabación en carreteles de cinta sin cortes, en la
ofensiva publicitaria que deshechó las viejas placas estáticas y
comercializó directamente los segundos de aire por medio de gerencias
comerciales de los propios canales y en una industria que comenzaba a
crecer a su sombra y a retroalimentar su funcionamiento: las revistas
especializadas (TV Guía, Canal TV y Antena TV) y las mediciones de audiencia –rating–. Estas últimas dan cuenta de que los programas cómicos (Felipe, Viendo a Biondi, Telecómicos, La Nena); las telenovelas (El amor tiene cara de mujer, La Familia Falcón); las series (El fugitivo, Combate, Bonanza, Ruta 66 o La caldera del diablo) y comedias norteamericanas (El show de Dick Van Dyke, Yo quiero a Lucy, Los 3 chiflados) se encuentran entre las preferencias del público.
Crecieron también los productos destinados a segmentos particulares de la población: los programas infantiles (Disneylandia, Lassie, Rin Tin Tin, Titanes en el ring, Las Aventuras del Capitán Piluso y Coquito, El flequillo de Balá); los juveniles (El Club del clan, Escala musical); los femeninos (Buenas tardes, mucho gusto; Dr. Cándido Pérez, señoras). Sin embargo, esta segmentación no descartó los programas ómnibus del fin de semana (el pionero Sábados circulares de Pipo Mancera; Sábados continuados de Héctor Coire; Domingos de mi ciudad, luego convertido en Feliz Domingo, un clásico de los estudiantes secundarios) de gran impacto receptivo.
El 20 de julio de 1969 se cubrió la llegada del hombre a la luna y en
septiembre se inauguró la primera antena parabólica o estación
terrestre (vía satélite de Balcarce). La década se cerró con la entrega
del "Martín Fierro" por primera vez a la producción radial y televisiva
del interior y con el éxito de programas, hoy ya clásicos, como Los Campanelli, Telenoche –conducido por Mónica Cahen D´Anvers y Andrés Percivale– y Almorzando con Mirtha Legrand.
En 1972 a partir de la promulgación de la Ley Nacional de
Telecomunicaciones se creó el Comité Federal de Radiodifusión (COMFER).
Dos años después los canales privados pasaron a manos del Estado
Nacional.
En el transcurso de la década continuó creciendo la oferta segmentada: musicales para el público joven (Música en libertad, Alta Tensión) y para un público mayor (Grandes valores del tango, Asado con cuentos
con Luis Landriscina), las grandes transmisiones deportivas (las peleas
de box de Monzón y Galíndez y el Mundial 74), los programas cómicos (La Tuerca, Hiperhumor, Operación Ja Ja, El chupete, Porcelandia), los relacionales de Roberto Galán (Si lo sabe cante y Yo me quiero casar… ¿y usted?) y los unitarios de factura dramática entre los que se destacaba especialmente Cosa Juzgada, dirigido por David Stivel con uno de los mejores elencos de la escena nacional.
Las telenovelas por su parte, comenzaron a ocupar la franja nocturna,
horario que hasta el momento les había sido ajeno. Se sucedieron los
grandes éxitos de Alberto Migré (Rolando Rivas, taxista; Pobre Diabla; Dos a quererse; Piel naranja),
mientras el público consagraba a nueva figuras formadas o entrenadas en
el medio: Soledad Silveyra, Claudio García Satur, Beatriz Taibo, Arturo
Puig, María de los Ángeles Medrano, Claudio Levrino y Arnaldo André,
entre otros.
Paralelamente los canales del interior comenzaron a incorporar las
máquinas Ampex, recibiendo la programación de Capital Federal en
diferido y a veces filmada de la pantalla. La escasa calidad en la
definición de la imagen más allá de los 60 kilómetros de la antena
transmisora, llevó a la creación de los pioneros circuitos cerrados de
televisión en los pequeños pueblos, germen de lo que luego sería la TV
por cable.
La Televisión de la Dictadura
Con la peor dictadura de la historia, la cultura y el arte nacional
sufrieron múltiples atropellos. Las listas negras se impusieron de
inmediato: actores y actrices como Norma Aleandro, Marilina Ross, Juan
Carlos Gené, Irma Roy, Luis Politti, Federico Luppi, Bárbara Mugica,
Carlos Carella, Héctor Alterio, David Stivel, que habían recibido
amenazas en las postrimerías del anterior gobierno constitucional por
parte de la Triple A, fueron prohibidos por decisión de la Junta
Militar. La ceremonia de entrega del Martín Fierro se realizó casi en
secreto, sin televisación y con escasa repercusión en los medios
gráficos. Numerosos periodistas del medio recibieron también presiones
y censura.
Próximo a realizarse en el país el Campeonato Mundial de Fútbol en
1978, la dictadura creó el Ente Argentina78 TV con el propósito de
instaurar un canal de transmisión en color. Se adoptó la norma Pal–N y
nació ATC en reemplazo del Canal 7, con instalaciones monumentales y de
última generación para justificar el desmesurado presupuesto acordado.
Otra muestra del accionar dictatorial con la televisión fue el engañoso
manejo informativo que se hizo durante la Guerra de Malvinas a través
del tratamiento triunfalista del conflicto.
Se impuso entonces una televisión pasatista con series norteamericanas de nueva factura (El hombre nuclear, La mujer biónica, Las calles de San Francisco, Koyak, Swatt, Los ángeles de Charly,
que naturalizaban la violencia, los apremios ilegales y el sexismo).
Las telenovelas incorporaron a niños o adolescentes como protagonistas (Pelito, Andrea Celeste) o se reeditaron viejas historias (Rosa de Lejos, remake de Simplemente María),
al tiempo que se incorporaban tiras mexicanas o venezolanas que
resultaban de bajo costo para la situación cambiaria de la época.
Otros programas de esos años fueron Tiempo nuevo con Bernardo Neustadt, Pinky y la noticia, El show de Velazco Ferrero o La hora de Andrés. Un hito aparte lo constituyó Video–Show de Cacho Fontana, el primer programa en utilizar una videocámara.
En 1980, sobre el antecedente de la CONART, se creó el Comité Federal
de Radiodifusión (COMFER) con el fin de controlar el funcionamiento y
emisión de la programación de radio y TV.
El Retorno a la Democracia
A partir de 1983 soplaron aires frescos en la sociedad y por ende, en
la televisión, que renovó formatos y lenguajes. El mejor ejemplo fue el
tratamiento de la información: programas como Semanario insólito o Cable a tierra, deudores de la experiencia pionera de La noticia rebelde de Abrevaya, Guinzburg y Castello, se posicionaron en forma destacada. El Monitor Argentino de Roberto Cenderelli, conducido por la dupla Caparrós– Dorio, y El Galpón de la Memoria,
censurado en su segunda emisión por el COMFER en 1987, mostraron el
grado de creatividad y madurez que el medio podía alcanzar.
La necesidad de reflexionar sobre el pasado reciente se puso de manifiesto en unitarios de temática más profunda (Compromiso, Nosotros y los miedos, Atreverse) y la telenovela planteó la construcción de un verosímil más sólido (Contracara, Historia de un trepador). Los programas humorísticos en tanto, comenzaron a exhibir cierto "destape" (No toca botón, Calabromas, Comicolor).
Las flamantes empresas de cable instaladas en la zona norte del Gran
Buenos Aires se mudaron a la Capital dando origen a un fenómeno nuevo:
el auge de la TV por cable. En 1984 Canal 9 volvió nuevamente a manos
de Alejandro Romay. Dos años más tarde comenzaron a ser utilizados los
satélites para la transmisión de video, audio y datos y las empresas
del rubro llegaron a promocionar hasta 70 canales de señales nacionales
y extranjeras. Volvió APTRA, que en 1988 pudo transmitir la entrega de
sus premios desde ATC, en directo hacia todo el país.
Los Años Recientes
La década del 90 produjo otros cambios. Se liberaron señales y
frecuencias y los canales de aire regresaron a manos privadas.
Paralelamente surgieron poderosos grupos multimedia que comenzaron a
concentrar en una sola empresa distintos medios de comunicación.
Por otra parte, la instrumentación del zapping
por parte del espectador generó también desde la propia TV una retórica
más audaz e impactante, en muchos casos de marcado tinte
sensacionalista, a fin de mantener al público cautivo. Indirectamente
se vio afectada la programación de materiales fílmicos, que ganó en
actualidad, aunque no siempre en calidad. Las viejas figuras dieron
paso a los jóvenes de entonces (Pergolini, Tinelli, Suar, Cris Morena),
aunque se mantuvieron algunas de larga data como Mirta Legrand o Susana
Giménez, repitiendo fórmulas de éxito seguro. El videocable permitió la
llegada de series originales sin doblaje (Friends, Seinfield, La niñera, Código X). Los programas infantiles también tuvieron en productos importados sus principales referentes (El show de Xuxa, Los Simpson)
y proliferaron dibujos animados protagonizados por monstruos y
criaturas extrañas. El deporte pasó a ocupar un rol destacado, con
canales de dedicación temática completa.
Hoy resulta difícil predecir el rumbo que tendrá la televisión en los
próximos diez o veinte años, sobre todo a partir de la incorporación de
las nuevas tecnologías al espacio audiovisual. No obstante, pueden
señalarse algunas tendencias actuales que seguramente habrán de
mantenerse. Entre ellas: la auto–referencialidad con que se nutre a
diario a partir de la disposición inmediata de materiales de archivo;
el encubrimiento del carácter ficcional del reality
presentado como verdad, basado –entre otras cosas– en el uso de
múltiples cámaras o micrófonos; la supuesta interacción con el público
a través de telefonía celular o Internet y hasta la delegación de
aspectos de producción a bajo costo, depositados en usuarios ansiosos
de protagonismo.
Primeros Pasos en Manos del Estado
La televisión en la Argentina se inicia en 1951, respondiendo a una
política estatal desarrollada por el gobierno de Juan Domingo Perón. De
la mano de Jaime Yankelevich, la primera transmisión tuvo lugar desde
LR 3 Radio Belgrano, con los mismos locutores que hasta el momento
trabajaban para la emisora. Con una antena instalada en el Ministerio
de Obras Públicas y el discurso de Eva Perón en los actos centrales de
la Plaza de Mayo, fue inaugurado oficialmente el pionero Canal 7. Pocas
fueron las personas que contaban con aparatos receptores en sus hogares
y la novedad fue compartida en bares, cafés y negocios de Buenos Aires
entre un público que hasta entonces había sido esencialmente
radioescucha. Precisamente, fueron locutores radiales quienes pronto se
convirtieron en primeras figuras del nuevo medio: Guillermo Brizuela
Méndez, Nelly Trenti, Nelly Prince, Adolfo Salinas, Pinky (Lidia Elsa
Satragno) y Antonio Carrizo.
En el único canal estatal se irían formando artistas, técnicos,
camarógrafos y directores, la mayoría de ellos provenientes del mundo
del espectáculo que en aquel momento atravesaba su época de oro: el
teatro, con dos funciones diarias, y el cine, con una cuantiosa
producción de títulos. Los programas se emitían por la noche y en vivo,
modalidad que dio lugar al más frondoso anecdotario de equivocaciones y
obstáculos.
El primer formato de producción nacional fue el telenoticioso, al que
seguirían los musicales y los programas culinarios con la mítica figura
de Petrona C. de Gandulfo. La grilla televisiva se completaba con
series norteamericanas de media hora de duración, como Patrulla del camino, El llanero solitario o Cisco Kid.
A partir de 1956, atendiendo a las demandas de un público
predominantemente femenino se pusieron en pantalla las primeras
telenovelas; pionero en el género resultó el Teleteatro a la hora del té, con Fernando Heredia y María Aurelia Bisutti.
En la programación general, en tanto, la oferta comenzó a ampliarse: se
impusieron los periodísticos con figuras como Blackie o Tito Martínez
del Box; las comedias de asunto familiar con Mirtha Legrand, Ángel
Magaña, Jorge Salcedo y Osvaldo Miranda; y los shows musicales con la
presentación de cantantes solistas. Nuevos nombres ganaron un lugar
indiscutible en el nuevo medio: Augusto Bonardo, Juan Carlos Thorry,
Analía Gadé, Chas de Cruz con su Diario del cine
y hasta el diseñador de modas Jean Cartier. Al mismo tiempo, la
exhibición de series norteamericanas se extendió a una hora de duración
y así se impuso en la Argentina el mítico lejano Oeste con Cheyene, Cuero Crudo y Caravana.
Los aparatos receptores de la década inicialmente habían sido
importados hasta que comenzó la producción nacional; la normativa, en
tanto, dio cuenta de los cambios generados por el nuevo medio al
sancionarse en 1957 el Decreto/Ley que establecía el carácter
individual de las licencias.
En 1959 diez cronistas de radio y televisión fundaron la Asociación de
Periodistas de la Televisión y Radiofonía Argentinas (APTRA) en la sede
de Argentores, bajo la presidencia de Manuel Ferradás Campos. A fin de
año se realizó la entrega del primer premio: “El gaucho”, una escultura
de Perlotti. Entre los ganadores se destacó Narciso Ibáñez Menta,
primer actor y director del ciclo Obras Maestras del Terror.
Al año siguiente, ya bautizada la estatuilla con el nombre de “Martín
Fierro”, APTRA distinguió a Tato Bores, un actor clásico del humor
político que mantendría su vigencia hasta los 90, con interrupciones
impuestas por la censura de distintos gobiernos.
La Televisión Privada
El final de la década del 50 vio nacer en Córdoba la televisión
privada. En 1960 iniciaron sus transmisiones desde Buenos Aires los
canales 9 Cadete y 13 Proartel, con escasos cuatro meses de diferencia.
Surgieron otros en el interior del país, en especial en Rosario y en
Mar del Plata; en 1961 lo hizo Teleonce y en 1966, Canal 2 de La Plata.
Se trató de una época de gran expansión del medio basada en una
programación diversificada, en adelantos técnicos notables que
permitieron la grabación en carreteles de cinta sin cortes, en la
ofensiva publicitaria que deshechó las viejas placas estáticas y
comercializó directamente los segundos de aire por medio de gerencias
comerciales de los propios canales y en una industria que comenzaba a
crecer a su sombra y a retroalimentar su funcionamiento: las revistas
especializadas (TV Guía, Canal TV y Antena TV) y las mediciones de audiencia –rating–. Estas últimas dan cuenta de que los programas cómicos (Felipe, Viendo a Biondi, Telecómicos, La Nena); las telenovelas (El amor tiene cara de mujer, La Familia Falcón); las series (El fugitivo, Combate, Bonanza, Ruta 66 o La caldera del diablo) y comedias norteamericanas (El show de Dick Van Dyke, Yo quiero a Lucy, Los 3 chiflados) se encuentran entre las preferencias del público.
Crecieron también los productos destinados a segmentos particulares de la población: los programas infantiles (Disneylandia, Lassie, Rin Tin Tin, Titanes en el ring, Las Aventuras del Capitán Piluso y Coquito, El flequillo de Balá); los juveniles (El Club del clan, Escala musical); los femeninos (Buenas tardes, mucho gusto; Dr. Cándido Pérez, señoras). Sin embargo, esta segmentación no descartó los programas ómnibus del fin de semana (el pionero Sábados circulares de Pipo Mancera; Sábados continuados de Héctor Coire; Domingos de mi ciudad, luego convertido en Feliz Domingo, un clásico de los estudiantes secundarios) de gran impacto receptivo.
El 20 de julio de 1969 se cubrió la llegada del hombre a la luna y en
septiembre se inauguró la primera antena parabólica o estación
terrestre (vía satélite de Balcarce). La década se cerró con la entrega
del "Martín Fierro" por primera vez a la producción radial y televisiva
del interior y con el éxito de programas, hoy ya clásicos, como Los Campanelli, Telenoche –conducido por Mónica Cahen D´Anvers y Andrés Percivale– y Almorzando con Mirtha Legrand.
En 1972 a partir de la promulgación de la Ley Nacional de
Telecomunicaciones se creó el Comité Federal de Radiodifusión (COMFER).
Dos años después los canales privados pasaron a manos del Estado
Nacional.
En el transcurso de la década continuó creciendo la oferta segmentada: musicales para el público joven (Música en libertad, Alta Tensión) y para un público mayor (Grandes valores del tango, Asado con cuentos
con Luis Landriscina), las grandes transmisiones deportivas (las peleas
de box de Monzón y Galíndez y el Mundial 74), los programas cómicos (La Tuerca, Hiperhumor, Operación Ja Ja, El chupete, Porcelandia), los relacionales de Roberto Galán (Si lo sabe cante y Yo me quiero casar… ¿y usted?) y los unitarios de factura dramática entre los que se destacaba especialmente Cosa Juzgada, dirigido por David Stivel con uno de los mejores elencos de la escena nacional.
Las telenovelas por su parte, comenzaron a ocupar la franja nocturna,
horario que hasta el momento les había sido ajeno. Se sucedieron los
grandes éxitos de Alberto Migré (Rolando Rivas, taxista; Pobre Diabla; Dos a quererse; Piel naranja),
mientras el público consagraba a nueva figuras formadas o entrenadas en
el medio: Soledad Silveyra, Claudio García Satur, Beatriz Taibo, Arturo
Puig, María de los Ángeles Medrano, Claudio Levrino y Arnaldo André,
entre otros.
Paralelamente los canales del interior comenzaron a incorporar las
máquinas Ampex, recibiendo la programación de Capital Federal en
diferido y a veces filmada de la pantalla. La escasa calidad en la
definición de la imagen más allá de los 60 kilómetros de la antena
transmisora, llevó a la creación de los pioneros circuitos cerrados de
televisión en los pequeños pueblos, germen de lo que luego sería la TV
por cable.
La Televisión de la Dictadura
Con la peor dictadura de la historia, la cultura y el arte nacional
sufrieron múltiples atropellos. Las listas negras se impusieron de
inmediato: actores y actrices como Norma Aleandro, Marilina Ross, Juan
Carlos Gené, Irma Roy, Luis Politti, Federico Luppi, Bárbara Mugica,
Carlos Carella, Héctor Alterio, David Stivel, que habían recibido
amenazas en las postrimerías del anterior gobierno constitucional por
parte de la Triple A, fueron prohibidos por decisión de la Junta
Militar. La ceremonia de entrega del Martín Fierro se realizó casi en
secreto, sin televisación y con escasa repercusión en los medios
gráficos. Numerosos periodistas del medio recibieron también presiones
y censura.
Próximo a realizarse en el país el Campeonato Mundial de Fútbol en
1978, la dictadura creó el Ente Argentina78 TV con el propósito de
instaurar un canal de transmisión en color. Se adoptó la norma Pal–N y
nació ATC en reemplazo del Canal 7, con instalaciones monumentales y de
última generación para justificar el desmesurado presupuesto acordado.
Otra muestra del accionar dictatorial con la televisión fue el engañoso
manejo informativo que se hizo durante la Guerra de Malvinas a través
del tratamiento triunfalista del conflicto.
Se impuso entonces una televisión pasatista con series norteamericanas de nueva factura (El hombre nuclear, La mujer biónica, Las calles de San Francisco, Koyak, Swatt, Los ángeles de Charly,
que naturalizaban la violencia, los apremios ilegales y el sexismo).
Las telenovelas incorporaron a niños o adolescentes como protagonistas (Pelito, Andrea Celeste) o se reeditaron viejas historias (Rosa de Lejos, remake de Simplemente María),
al tiempo que se incorporaban tiras mexicanas o venezolanas que
resultaban de bajo costo para la situación cambiaria de la época.
Otros programas de esos años fueron Tiempo nuevo con Bernardo Neustadt, Pinky y la noticia, El show de Velazco Ferrero o La hora de Andrés. Un hito aparte lo constituyó Video–Show de Cacho Fontana, el primer programa en utilizar una videocámara.
En 1980, sobre el antecedente de la CONART, se creó el Comité Federal
de Radiodifusión (COMFER) con el fin de controlar el funcionamiento y
emisión de la programación de radio y TV.
El Retorno a la Democracia
A partir de 1983 soplaron aires frescos en la sociedad y por ende, en
la televisión, que renovó formatos y lenguajes. El mejor ejemplo fue el
tratamiento de la información: programas como Semanario insólito o Cable a tierra, deudores de la experiencia pionera de La noticia rebelde de Abrevaya, Guinzburg y Castello, se posicionaron en forma destacada. El Monitor Argentino de Roberto Cenderelli, conducido por la dupla Caparrós– Dorio, y El Galpón de la Memoria,
censurado en su segunda emisión por el COMFER en 1987, mostraron el
grado de creatividad y madurez que el medio podía alcanzar.
La necesidad de reflexionar sobre el pasado reciente se puso de manifiesto en unitarios de temática más profunda (Compromiso, Nosotros y los miedos, Atreverse) y la telenovela planteó la construcción de un verosímil más sólido (Contracara, Historia de un trepador). Los programas humorísticos en tanto, comenzaron a exhibir cierto "destape" (No toca botón, Calabromas, Comicolor).
Las flamantes empresas de cable instaladas en la zona norte del Gran
Buenos Aires se mudaron a la Capital dando origen a un fenómeno nuevo:
el auge de la TV por cable. En 1984 Canal 9 volvió nuevamente a manos
de Alejandro Romay. Dos años más tarde comenzaron a ser utilizados los
satélites para la transmisión de video, audio y datos y las empresas
del rubro llegaron a promocionar hasta 70 canales de señales nacionales
y extranjeras. Volvió APTRA, que en 1988 pudo transmitir la entrega de
sus premios desde ATC, en directo hacia todo el país.
Los Años Recientes
La década del 90 produjo otros cambios. Se liberaron señales y
frecuencias y los canales de aire regresaron a manos privadas.
Paralelamente surgieron poderosos grupos multimedia que comenzaron a
concentrar en una sola empresa distintos medios de comunicación.
Por otra parte, la instrumentación del zapping
por parte del espectador generó también desde la propia TV una retórica
más audaz e impactante, en muchos casos de marcado tinte
sensacionalista, a fin de mantener al público cautivo. Indirectamente
se vio afectada la programación de materiales fílmicos, que ganó en
actualidad, aunque no siempre en calidad. Las viejas figuras dieron
paso a los jóvenes de entonces (Pergolini, Tinelli, Suar, Cris Morena),
aunque se mantuvieron algunas de larga data como Mirta Legrand o Susana
Giménez, repitiendo fórmulas de éxito seguro. El videocable permitió la
llegada de series originales sin doblaje (Friends, Seinfield, La niñera, Código X). Los programas infantiles también tuvieron en productos importados sus principales referentes (El show de Xuxa, Los Simpson)
y proliferaron dibujos animados protagonizados por monstruos y
criaturas extrañas. El deporte pasó a ocupar un rol destacado, con
canales de dedicación temática completa.
Hoy resulta difícil predecir el rumbo que tendrá la televisión en los
próximos diez o veinte años, sobre todo a partir de la incorporación de
las nuevas tecnologías al espacio audiovisual. No obstante, pueden
señalarse algunas tendencias actuales que seguramente habrán de
mantenerse. Entre ellas: la auto–referencialidad con que se nutre a
diario a partir de la disposición inmediata de materiales de archivo;
el encubrimiento del carácter ficcional del reality
presentado como verdad, basado –entre otras cosas– en el uso de
múltiples cámaras o micrófonos; la supuesta interacción con el público
a través de telefonía celular o Internet y hasta la delegación de
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